La guerra fría del gas: EEUU y Rusia luchan por la influencia en Europa del Este

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(Miaminews24).- Europa del Este ha vuelto al centro de la geoestrategia internacional. Rusia y Estados Unidos están regresando a un tablero que conocen bien, tratando de consolidar o ampliar sus zonas de influencia. Pero con una novedad: la batalla, además de en los planos militar y político, se libra también en el terreno económico. El arma en esta puja es el gas natural que necesitan los países de la región y que ambas potencias están dispuestas a suministrar a cambio de ganar peso político. Por el momento la primera víctima es la unidad dentro de la UE, en peligro de resquebrajarse ante las tensiones entre los intereses nacionales y las presiones externas.

De vuelta de su visita a Davos, el secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, protagonizó un pequeño desvío. Paró en Polonia, uno de los pocos estados europeos que ha visitado Trump como presidente para un encuentro bilateral. En Varsovia aprovechó para reunirse en poco más de 24 horas con el presidente del país, el primer ministro, el ministro de Exteriores y con Jaroslaw Kaczynski, el líder del ultraconservador Ley y Justicia (PiS), el partido gobernante enfrentado a Bruselas. Kaczynski está considerado dentro y fuera de la mayor economía de Europa del este como el verdadero maestro en las sombras de Polonia.

Tillerson, en su principal comparecencia pública en Varsovia, se mostró llamativamente contundente al hablar del mercado energético europeo y de un proyecto ruso para construir un gasoducto que conectará directamente Rusia y Alemania a través del mar Báltico. «Como Polonia, los Estados Unidos se opone al gasoducto Nord Stream 2. Consideramos que socava la seguridad energética y estabilidad de Europa en su conjunto», subrayó Tillerson, presidente del gigante petrolero ExxonMobil hasta que accedió al gabinete de Trump. «Nuestra oposición está guiada por nuestros intereses estratégicos mutuos», añadió.

Unas declaraciones de este tipo bastan para entender que el Nord Stream 2 no es un gasoducto más. Se trata de un macroproyecto, aún en un estadio inicial, que se estima que costará más de 9.500 millones de euros. El plan es tender, para que discurra paralelo al Nord Stream 1 -un gasoducto ya en funcionamiento-, una conducción de 1.225 kilómetros de largo por el fondo marino que una la salida de Rusia al mar Báltico con la costa nororiental de Alemania, evitando así cruzar cualquier otro país de Europa del Este. Al frente de esta importante infraestructura está Gazprom, la gasista estatal rusa. Pero no está sola. En el proyecto también participan los grupos energéticos alemanes Uniper y Wintershall, la austriaca OMV, la francesa Engie y el gigante anglo-holandés Shell.

 

Gazprom y el Kremlin

Tillerson, como muchos expertos y políticos, considera que el Nord Stream 2 no es un proyecto exclusivamente económico. Denuncia que tras Gazprom se encuentra el Kremlin, con su afán de extender su área de influencia política y su interés por desestabilizar y dividir la Unión Europea. Lo advirtió en Varsovia. En su opinión, este gasoducto «da a Rusia otra herramienta más para politizar el sector energético». La conclusión, a su juicio es obvia: es preciso acabar de raíz con este proyecto y buscar en el resto del mundo distintos proveedores energéticos para el viejo continente. «Creemos firmemente que Polonia y el resto de Europa disponen de los recursos necesarios para diversificar sus fuentes de energía, algo fundamental para la seguridad a largo plazo de Europa», subrayó.

No era la primera vez que el Nord Stream 2 era tema de conversación para la administración Trump. Estados Unidos dio ya un golpe sobre este tablero el pasado verano. Entonces aprobó por primera vez sanciones contra las empresas occidentales que trabajan en proyectos rusos. Un claro golpe en la línea de flotación de las compañías europeas implicadas en el Nord Stream 2. Pero el anuncio de estas medidas no llegó solo. De la mano de las sanciones, Washington lanzó una serie de propuestas para animar a los países europeos a comprar a sus empresas gas natural licuado (LNG), entreverando así sin complejos geoestrategia y cálculos comerciales. «A uno le queda la sensación de que Estados Unidos persigue sus propios intereses económicos», afirmó entonces comentando esta noticia Volker Triere, el presidente de la Cámara Alemana de Industria y Comercio (DIHK).

De hecho, Polonia anunció cinco meses después un acuerdo de suministro de LNG con Estados Unidos que prevé un total de nueve buques cargados de gas al año durante un lustro. Las naves atracarán en el nuevo puerto de Swinoujscie, en el mar Báltico, donde se ha levantado una planta regasificadora diseñada para este suministro. En este contexto las declaraciones de Tillerson en Varsovia cobran un nuevo significado. «Estamos orgullosos de apoyar la diversificación y la seguridad energética de Polonia», afirmó el secretario de Estado.

 

El papel de Alemania

Alemania es uno de los actores con un papel más complejo en esta trama. La canciller alemana, Angela Merkel, ha apoyado en repetidas ocasiones el Nord Stream 2 y, cuando se le ha afeado su tácita complicidad con Moscú, ha asegurado que se trata de un proyecto «puramente económico» y que la política no tiene por qué meterse en ello. Un portavoz del Ministerio de Economía argumentó recientemente que «una infraestructura adicional de gas puede contribuir a elevar la seguridad de oferta en Europa».

Y Merkel no está sola en este espinoso asunto. Los socialdemócratas alemanes, que presumiblemente repetirán como socios de gobierno de la canciller, también están a favor de que el Nord Stream 2 salga adelante. El ministro de Exteriores, el socialdemócrata Sigmar Gabriel, aseguró en San Petesburgo el pasado noviembre -pese a las patentes diferencias que separan a Occidente de Moscú en múltiples cuestiones, de Siria a Ucrania- que «ahora es un buen momento para intensificar» la «cooperación económica» entre Rusia y Alemania. «Siempre hemos sabido que Rusia es un proveedor de gas especialmente fiable», apostilló Gabriel.

El Partido Socialdemócrata (SPD) mantiene desde hace décadas que estrechar los lazos comerciales con Moscú contribuye a la distensión entre bloques. Esa ha sido su posición desde los años 70 del siglo pasado, cuando empezaron a poner en marcha la Ostpolitik. A ello atribuyen en gran medida la rápida reunificación del país tras la caída del Muro de Berlín. Hay otro elemento más que atañe al SPD. El excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder, amigo personal de Putin desde hace años, es el presidente de Nord Stream, la filial de Gazprom que gestiona el gasoducto, y este septiembre fue nombrado miembro de la junta directiva de Rosneft, la petrolera estatal rusa.

Indudablemente el Nord Stream 2 conlleva beneficios económicos para Alemania. Con el nuevo gasoducto Berlín se aseguraría que una mayor proporción de sus necesidades de gas natural alcance su territorio sin necesidad de intermediarios. Evitaría que su suministro se viese afectado por una disputa entre Moscú y un país de tránsito. Además, podría llegar el momento en el que compre más del que necesita, pudiendo así revenderlo a otros socios europeos. Pasaría a convertirse un centro distribuidor de gas en el continente.

Pero para muchos observadores internacionales la posición alemana es difícilmente sostenible. ¿Un proyecto meramente económico? Otro gasoducto desde Rusia no ayuda precisamente a que Alemania y la UE reduzcan su dependencia energética de Moscú, un motivo de preocupación en el continente en el presente escenario de confrontación. Además, la necesidad no apremia. La actual red de gasoductos funciona al 60 por ciento de su capacidad, según un estudio del think tank Bruegel, y se prevé que la demanda en Europa occidental experimente en los próximos quince años un suave crecimiento gradual sin grandes picos. El Nord Stream 2, apuntan a cambio, reduciría levemente el coste del gas para los países europeos conectados con Alemania.

 

Ucrania como víctima

Además, hay derivadas claramente negativas en el ámbito geopolítico. La principal es Ucrania. El país al que Rusia robó Crimea y al que sigue desestabilizando con su apoyo militar, logístico y financiero a los rebeldes de la región del Donbas. Si el Nord Stream 2 empieza a operar, se estima que Ucrania dejaría de embolsarse unos 1.800 millones de euros al año en concepto de impuesto de paso de gas, según un estudio del Centro para la Reforma Europea. Esto es, el 2 % de su producto interior bruto (PIB). No es de extrañar que el presidente ucraniano, Petró Poroshenko, sea uno de los mayores detractores del proyecto. «Claramente no es un proyecto comercial», aseguró recientemente en una entrevista con Politico Anders Fogh Rasmussen, el ex secretario general de la OTAN que trabaja ahora como asesor de Poroshenko.

Lo contradictorio es que el Gobierno alemán lo apoye. Que Berlín sea uno de los mayores valedores de Kiev en la escena internacional y uno de los impulsores de las sanciones económicas de la UE a Rusia y que, a la vez, trate de sacar adelante un proyecto que mina política y económicamente a Ucrania. Sin entrar en detalles, el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, aseguró en la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich que el proyecto «no era económico».

¿Y Bruselas? La Comisión Europea (CE) ha señalado abiertamente en varias ocasiones que el proyecto no le gusta. Pero se ha quedado ahí. Por incapacidad o por no querer enfrentarse a Berlín y a su industria. La CE asegura que no tiene competencias para legislar en las aguas internacionales por las que discurrirá el Nord Stream 2. Y que luego es territorio alemán. Pero dice estar tomando medidas para que algo así no se repita. Quiere modificar la directiva comunitaria del gas para que sea la CE la que negocie directamente con todos los países que tengan gasoductos que entren en el bloque. Alega que se busca evitar los monopolios en el suministro. Pero para algunos este movimiento es insuficiente. El ministro de Asuntos Europeos de Polonia, Konrad Szymanski, aseguró en una tribuna en el Financial Times que «al apoyar el Nord Stream 2 la UE está en la práctica dando apoyo a un régimen al que está tratando de castigar por sus agresiones».

 

Alternativas al Nord Stream 2

El Nord Stream 2, agregan los críticos, no es ineludible. Porque hay alternativas. El Gobierno polaco habla de un gasoducto que conecte Noruega con su territorio y lleve gas del productor nórdico al centro y este de Europa. Varsovia se convertiría así en un polo distribuidor de gas natural en el continente, con los beneficios que eso supone vía impuestos. Asimismo, varios aliados occidentales han ofrecido su gas -en estos casos en su versión licuada, LNG- a Europa en los últimos años, desde que empezó a evidenciarse el distanciamiento entre Rusia y la UE. Lo hizo Canadá cuando el primer ministro era aún el conservador Stephen Harper. Y lo está haciendo actualmente Estados Unidos. No sólo con Polonia.

Animado también por su afán por reducir sus déficits comerciales con distintos países, la administración Trump ha propuesto informalmente a Alemania que le compre LNG. Fue en junio del año pasado cuando Wilbur Ross, secretario de Comercio de EEUU, animó a Berlín en este sentido al intervenir por videoconferencia en un congreso del ala empresarial de la Unión Cristianodemócrata (CDU), el partido de Merkel.

El LNG se ha convertido en uno de los puntales de la estrategia comercial exterior del nuevo gobierno en Washington. La revolución del gas de esquisto, extraído gracias a la técnica del fracking, ha hecho que en una década Estados Unidos haya pasado de importar a exportar energía. El Instituto de Investigación Energética (IER) estima que el país con el puerto de LNG que ya en funcionamiento, los cinco proyectos que están en construcción y otros cuatro ya aprobados, se va a convertir en el tercer mayor exportador de LNG del mundo, por detrás tan sólo de Qatar y Australia.

 

Los países bálticos, punta de lanza

El interés estadounidense por promover su LNG coincide con los esfuerzos de otros países de Europa del Este por reducir su dependencia energética de Rusia. El caso más notable es el de los tres bálticos, ahora miembros de la UE y la OTAN, y que ya conocen lo que significa estar bajo el dominio de Moscú. Por eso, Estonia, Letonia y Lituania han conectado en los últimos años sus redes de suministro entre sí y con las de sus vecinos Finlandia y Polonia. Además han tendido conducciones para importar gas desde Noruega. Asimismo han puesto en marcha una estación regasificadora en el puerto lituano de Klaipėda, un gran almacén en la ciudad letona de Inčukalns y están estudiando planes para otra planta de LNG en el puerto estonio de Paldiski.

Aferrando la mano que les tiende Trump, los presidentes de los tres bálticos, el estonio Kersti Kaljulaid, el letón Raimonds Vejonis y la lituana Dalia Grybauskaite, viajarán juntos a Washington para reunirse el 3 de abril con el presidente estadounidense. En el capítulo económico de la visita estará por supuesto su abierta oposición al Nord Stream 2 y su interés por empezar a importar LNG estadounidense para reducir su dependencia del gas ruso.

Y no son los únicos en el este de Europa. Hungría y Eslovaquia, por ejemplo, firmaron en octubre una declaración de intenciones para construir un gasoducto norte-sur que facilite la llegada hasta sus países de gas procedente de Rumanía y Bulgaria.

La batalla geopolítica por el gas en Europa del este supera de largo las fronteras del viejo continente. Incluso Qatar, el primer productor mundial de gas natural, propuso en 2009 la construcción de un gran gasoducto que conectase su territorio con Europa, un proyecto que hubiese puesto en jaque a la hegemonía rusa. Pero la conducción nunca se construyó. Tenía que atravesar Siria. Dos años después de anunciarse este proyecto estalló la guerra que aún desangra este país. La importancia del factor gas en la implicación de Moscú, de un lado, y de Qatar, del otro, es imposible de cuantificar.

Con información de EC.

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