EE.UU. firmó un histórico acuerdo de paz con los talibanes afganos

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Estados Unidos y los talibanes rubricaron este sábado un histórico acuerdo de paz en la capital catarí en presencia de observadores internacionales y dignatarios de diversos países, entre ellos los ministros de Exteriores de Turquía y Pakistán, además de una amplia delegación insurgente.

El pacto implica que Washington empezará a retirar miles de efectivos militares, que se reducirán de 13,000 a 8,600 en los próximos cuatro y cinco meses. El retiro total, en 14 meses, dependerá de que los talibanes cumplan ciertas condiciones antiterroristas. Ese cumplimiento será evaluado por Estados Unidos y podría ser el primer paso para poner fin a más 18 años de guerra, la más larga de EEUU.

El pacto fue firmado por el representante especial de Estados Unidos para la paz, Zalmay Khalilzad, y, el líder talibán mulá Abdul Ghani Baradar. Estados Unidos también se comprometió a trabajar para asegurar la liberación de hasta 5,000 prisioneros retenidos por el gobierno afgano y 1,000 prisioneros retenidos por los talibanes.

Washington también acordó levantar las sanciones estadounidenses a los talibanes a finales de este año y trabajar con otros miembros del Consejo de Seguridad de la ONU para que también eliminen las sanciones en un plazo de tres meses.

El secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, aplaudió en Doha el acuerdo, pero alertó de que es sólo el «principio» de un proceso en el que todavía queda mucho por andar. «Este es un momento lleno de esperanza, pero es sólo el principio, hay una gran cantidad de trabajo por hacer en el frente diplomático», sentenció en rueda de prensa tras la firma del pacto en la capital catarí.

A pesar de ello, Pompeo calificó el día de «histórico» y de «paso para la paz real en Afganistán» al destacar que los talibanes se han comprometido a no permitir que el territorio afgano sea utilizado por grupos terroristas para lanzar ataques contra otros países.

El proceso que está previsto que dé comienzo el 10 de marzo en Oslo entre el Gobierno afgano -excluido del actual diálogo con EEUU- y los insurgentes, se limitó a decir que será necesario el compromiso de «cada afgano».

Aunque Pompeo sigue igual de «enfadado» por el 11-S que hace dos décadas y conoce de primera mano «los sufrimientos» de los soldados que están en el frente, pues él mismo sirvió en las Fuerzas Armadas, reconoció que esta es la «mejor oportunidad para la paz en toda una generación».

El entonces presidente George W. Bush ordenó la invasión de Afganistán, en respuesta a los ataques del 11 de septiembre de 2001. Algunos de estadounidenses que revistan allí no habían nacido cuando las torres gemelas del Centro de Comercio Mundial se vinieron abajo en una soleada y fresca mañana que cambió la forma de ver el mundo de los estadounidenses.

Tardaron apenas unos meses en derrocar a los talibanes y en obligar a Osama bin Laden y a la cúpula de Al Qaeda a cruzar la frontera hacia Pakistán, pero la guerra se prolongó durante años cuando Estados Unidos intentó establecer un estado funcional y estable en uno de los países menos desarrollados del mundo. Los talibanes se reagruparon y en la actualidad controlan más de la mitad del territorio afgano.

Washington gastó más de 750,000 millones de dólares y la guerra se cobró decenas de miles de víctimas mortales en todos los bandos. Pese a este, el conflicto ha sido a menudo ignorado por los políticos y la población estadounidenses.

La guerra ha tenido un costo devastador: Afganistán actualmente encabeza la lista de los conflictos más mortales del mundo. Desde 2016, los niños han representado casi un tercio de las 11,000 víctimas civiles estimadas cada año en el conflicto, según Human Rights Watch. Desde que Naciones Unidas comenzaron a documentar sistemáticamente el impacto de la guerra en 2009, ha registrado más de 100,000 víctimas civiles, incluyendo más de 35,000 muertos y 65,000 heridos. Entre 2001 y octubre de 2018, más de 58,000 fuerzas de seguridad afganas también fueron asesinadas, según un estudio de la Universidad de Brown.

El gobierno afgano es percibido como uno de los más corruptos del mundo y actualmente se enfrenta a su propia crisis política, ya que sus rivales refutan los resultados de las elecciones presidenciales de septiembre, alegando que la votación estuvo plagada de fraudes.

La firma de hoy culmina un camino que no ha sido fácil, desde que en febrero de 2018 la oficina política de los talibanes en Doha rompiera con su postura y urgiera a Washington a tomar parte en un diálogo «directo», algo que había rechazado hasta ese momento.

Meses más tarde, el pasado septiembre, el presidente de EEUU, Donald Trump, canceló abruptamente los encuentros en respuesta a un atentado en Kabul en el que murió un estadounidense, si bien el proceso se retomó a finales de noviembre tras una visita del dirigente a Afganistán.

El pasado 12 de octubre, Khalilzad y líderes de los insurgentes mantuvieron la primera de más de una decena de rondas de diálogo en el país del golfo Pérsico, que ha acogido todas las conversaciones.

El halcón

El halcón Zalmay Khalilzad fue uno de los promotores de la intervención de EEUU en Afganistán tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 y, casi dos décadas después, ha logrado revertir el curso de la historia con una mezcla de pragmatismo y carisma.

Zal, diminutivo que usan sus amigos, fue nombrado enviado especial para Afganistán en septiembre de 2018 por Trump, y, desde entonces, ha negociado en Doha con los talibanes para llegar a un pacto sobre la retirada de las tropas estadounidenses.

«La fortaleza, la calidez y la personalidad abierta de Zal le permiten conseguir cosas casi imposibles», explica a Efe Robert Jervis, uno de los analistas de seguridad más importantes de EEUU, que dio clases junto a Khalilzad en la Universidad de Columbia, en Nueva York, en los años 80. Según Jervis, lo más importante de Khalilzad es su capacidad para trabajar con personas de visiones opuestas y lograr que se entiendan.

«¿Ha logrado un milagro en Afganistán? Posiblemente no, pero ha hecho progresos donde nadie más podía. Y, en parte, creo que eso se debe a su capacidad intelectual, su don de gentes y una gran capacidad para detectar cuál es el punto en que puede lograrse un compromiso», añad el analista.

Khalilzad está considerado como un gran intelectual con olfato político. En muchos aspectos, Trump vio en él a la persona perfecta para negociar con los talibanes el fin de la guerra más larga de la historia de EEUU.

Musulmán y nacido en la ciudad afgana de Mazar-e-Sarif en 1951, Khalilzad sabe quiénes son los actores claves en Afganistán y cuáles sus costumbres: cuando quiere hablar con alguien simplemente levanta el teléfono o se pasa por su oficina sin necesidad de concertar una cita. Conoce bien al actual presidente afgano, Ashraf Ghani, pues coincidieron de niños en un intercambio cultural en EEUU y, luego, estudiaron juntos en Beirut.

Después de la capital libanesa, el destino de ambos volvió a ser EEUU, donde Ghani hizo su doctorado en la Universidad de Columbia, mientras que Khalilzad se trasladó a Chicago para estudiar bajo la tutela de Albert Wohlstetter, un polémico intelectual que está considerado como uno de los padres del movimiento «neocón».

Gracias a la influencia de Wohlstetter, entre 1985 y 1989 Khalilzad debutó en el mundo político como asesor de la Administración de Ronald Reagan sobre la ocupación soviética de Afganistán.

En ese momento, defendió la necesidad de entregar armas a los muyahidines que combatían al Gobierno comunista afgano pero, una vez que ese régimen cayó, los talibanes se impusieron.

En su biografía El enviado, Khalilzad narra cómo vivió los atentados del 11 de septiembre: estaba en la Casa Blanca y, enseguida, George W. Bush recurrió a él para desarrollar un plan destinado a intervenir en Afganistán y derrocar a los talibanes que habían dado refugio a Al Qaeda.

Como el resto de los halcones «neocón» de la Administración de Bush, Khalilzad pensaba que la intervención militar de EE.UU. haría florecer la democracia en Afganistán y, con esa esperanza, fue uno de los arquitectos de la Conferencia de Bonn de diciembre de 2001 que designó a Hamid Karzai como presidente interino del país asiático. Además, Bush nombró a Khalilzad embajador de EEUU en Afganistán (2003-2005) y embajador en Irak (2005-2007).

El poder que Khalilzad tuvo como embajador de Afganistán era inmenso. Sus críticos le consideraban una especie de «virrey», la verdadera autoridad del país con miles de millones de dólares de EE.UU. en la cartera y el apoyo de miles de soldados.

Ese poder hace que todavía hoy algunos desconfíen de él. De hecho, el Ejecutivo de Ghani ha expresado su enfado con Khalilzad por haberle excluido de las negociaciones con los talibanes y le ha acusado de intentar satisfacer sus ambiciones personales para convertirse en el líder de Afganistán. Khalilzad niega tener ninguna aspiración política en el país en el que nació, lo que no le ha impedido seguir intentando moldear su futuro.

Hoy fue él quien, en nombre de EE.UU., rubricó el acuerdo con los talibanes. En la foto no apareció ningún representante del Gobierno afgano, que negociará por separado con los talibanes.

Fuente: Telemundo