El carnicero asesino en serie que vendía carne de sus víctimas

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Si el protagonista de esta historia horripilante no está en la lista de los más crueles y despiadados asesinos en serie, es porque no trascendió más allá de las publicaciones en diferentes periódicos de aquellos días.

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Además de por los ejemplares que se conservan en diferentes archivos históricos como el Legado Díaz de Escovar de la Fundación Unicaja; si conocemos este caso es gracias a un corresponsal que escribió desde la misma ciudad de los hechos.

El Avisador Malagueño fue uno de los rotativos españoles que se hicieron eco con el titular «Atrocidad».

La ciudad marroquí de Mequinez -también denominada Meknes-; situada en la llanura de Saïss, de fértil tierra, en el Atlas Medio; fue capital durante el sultanato de Moulay Ismail (1672-1727), singular y trascendental gobernante perteneciente a la actual dinastía reinante alauita. Su pasada magnificencia se puede comprobar en el patrimonio monumental que alberga; de hecho es considerada Patrimonio de la Humanidad desde 1996 aunque hoy día la UNESCO avisa de «la necesidad de desarrollar la capacidad institucional para asegurar que la conservación y la rehabilitación de los atributos del Valor Universal Excepcional de Meknes reciban la mayor atención en el campo de la planificación y la toma de decisiones» (Ciudad histórica de Meknes, whc.unesco.org).

Aunque Mequinez seguiría siendo una de las residencias de los siguientes sultanes de Marruecos, su esplendor y años de gloria quedaban atrás a medida que avanzaba el siglo XIX.

En 1868 había un carnicero -se desconoce su nombre-; cuya prosperidad aumentó considerablemente debido al buen producto que vendía, en especial el kefta que preparaba (carne picada de ternera, cordero o de ambas condimentada, mezclada y amasada similar a las albóndigas para cocinarla asada o a la parrilla una vez insertada en una varilla al estilo de brocheta o pinchito, aunque también se puede consumir como hamburguesa o similares).

Inicialmente, el local de este autónomo se reducía a «un reducido cajón bastante elevado sobre el nivel de la calle; sucio y triste» (El Eco de Gerona, 26/09/1868), pero debido a las ganancias de sus buenas ventas pudo ampliar, pintar y mejorar el local sin que le faltase a diario flores «de las que se crían en los bellísimos campos de Mequinez» (El Eco de Gerona, 26/09/1868).

La venta seguía aumentando al igual que la extrañeza y la envidia de sus compañeros de gremio, que no se explicaban cómo «había conseguido más ternura y mejor gusto a la carne de cordero» (El Avisador Malagueño, 24/09/1868; El Eco de Gerona, 26/09/1868). Su tiempo de fortuna y mucho más acabaron desde la noche que escucharon alboroto en su casa.

Con información de: Diario Sur. / Foto: Cortesía.

Periodista, Grelys Vargas.

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