Pocos somos ajenos a ese sentimiento que invade y toma el control de todo nuestro cuerpo, llevándonos a hacer cosas tan absurdas como escondernos tras un cojín o gritar como pidiendo auxilio ante un peligro que sabemos que no existe.
Desde muy temprana edad, rara vez falta alguien que nos introduzca a las historias de horror.
Algunos no encuentran nada placentero en esa sensación y la experiencia les sirve como lección: hay que evitar cualquier expresión cultural que lleve esa etiqueta.
Pero otros la disfrutan y no solo son muchos sino tan aficionados que hay industrias enteras que existen para satisfacerlos.
¿Por qué hay gente a la que le gusta que la asusten?, le preguntó la radioescucha Heidi Dockerty al programa de la BBC «Los casos curiosos de Rutherford y Fry», quienes fueron en pos de la respuesta.
Todo empezó cuando…
No es difícil imaginar a los primeros homo sapiens apareciendo de la nada y lanzando un «¡Bu! (o el equivalente), seguido de carcajadas al ver a su inocente víctima saltar del susto.
Y luego viene la rica historia de tradición oral, que hasta la actualidad, en todas las culturas, tiene sus joyas terroríficas para contar en las noches oscuras.
Pero como género literario, según el danés Mathias Classen, autor de «Por qué el horror seduce», si le preguntas a expertos en el tema «la mayoría te contestará que empezó con la publicación de un libro llamado ‘El castillo de Otranto’, poco antes de la Navidad de 1764″.
«Escrito por el inglés Horace Walpole es considerada como la primera novela gótica y la novela gótica es la precursora de lo que hoy llamamos ‘terror'».
La historia comienza cuando el príncipe de Otranto, Manfredo, se está preparando para la boda de su hijo predilecto, Conrado.
«La concurrencia se reunió en la capilla del castillo y todo estaba listo para comenzar el oficio divino, cuando se advirtió la ausencia de Conrado«.
Manfredo rápidamente envía a uno de sus criados a investigar.
«El sirviente, sin tiempo siquiera para haber cruzado el patio que le separaba de los aposentos de Conrado, regresó corriendo, sin aliento, frenético, con los ojos desorbitados y echando espuma por la boca. No decía nada, pero señalaba el patio (…)
«Finalmente, después de que se le dirigieran repetidas preguntas, exclamó:
– ¡Oh, el yelmo… el yelmo! (…)
«Manfredo, que empezaba a alarmarse al no ver a su hijo, acudió en persona a informarse de la causa de tan extraño revuelo (…).
«Mas ¡qué visión para los ojos de un padre! Contempló a su hijo despedazado y casi sepultado bajo un enorme yelmo, cien veces mayor que cualquiera hecho para un ser humano, y ensombrecido por una cantidad proporcional de plumas negras«.
Esa historia fue el origen de muchos de los tropos que aún vemos en los filmes de horror: un espeluznante castillo gótico, una antigua profecía, niños asesinados, visiones sobrenaturales…
Pero aunque todo eso nos sigue asustando, el horror realmente es producto de la época en la que se crea.
Angustia social
«Son un espejo de la sociedad. Si estudias el pasado a través de las historias de horror que la gente contaba sabrás cuáles eran los grandes retos y los grandes miedos del momento», explica la socióloga Margee Kerr, quien se especializa en el estudio del miedo.
«Por ejemplo, si piensas en los grandes filmes de monstruos de mediados del siglo XX, fueron creados cuando estábamos pensando en explorar el espacio, y la idea de que había un gran universo desconocido allá afuera estaba muy presente».
«Godzilla, por ejemplo, fue creada en Japón poco después de la bomba atómica, cuando no sabíamos qué iba a suceder, cómo cambiaría el entorno, de manera que la idea de que potencialmente un lagarto pudiera desarrollarse un enorme monstruo era una amenaza real».
«Eso fue reflejado, exagerado y convertido en un monstruo al que podíamos vencer en la pantalla».
De la misma forma, el «Drácula» de Bram Stoker puede interpretarse como una alegoría a enfermedades transmitidas sexualmente en la era victoriana o «Dawn of the Dead» (titulada «Zombi» en España y «El amanecer de los muertos vivientes» en México) como una crítica al consumismo desenfrenado.
Sin embargo, nada de esto nos explica aún por qué hay gente a la que le gusta sentarse a ver algo que saben que los va a hacer sentir absolutamente aterrorizados.
La gran pregunta
«Esa es la gran pregunta. Es la paradoja del horror: por qué hay gente que voluntariamente busca el tipo de entretenimiento que está diseñado explícitamente para evocar emociones negativas en ellos», contesta el experto Classen.
«Yo he estado tratando de construir lo que llamo una teoría biocultural del horror».
«Creo que lo que están haciendo es jugando con emociones negativas y mucho del juego en los humanos tiene que ver con desencadenar esas emociones en un contexto seguro».
«Jugar a que te persigan o a esconderte y que te busquen son maneras en las que los chicos pueden experimentar dosis tolerables de ansiedad, suspenso, hasta miedo, y les causa placer porque saben que el riesgo no es real».
«Algo similar ocurre a nivel cognitivo, cuando muchos de nosotros disfrutamos viendo películas de terror sabiendo que las fuertes respuestas fisiológicas y emocionales no indican realmente que estamos en peligro; así que nos regodeamos de sentir el pulso acelerado, las palmas sudorosas, piel de gallina y todo lo demás sin problema».
Y si estamos hablando de respuestas fisiológicas al horror, probablemente la más famosa sea el salto.
¡Aaaah!
¿Qué nos hace saltar cuando nos asustan?
«Estrictamente hablando se trata del reflejo del susto, sobresalto o reacción de alarma y, de cierta manera, es más sorpresa que miedo, pero el miedo a menudo está involucrado», explica la psicóloga Claudia Hammond.
«Lo puedes ver en los bebés, cuando algo los sorprende, saltan.
«Si una película te pone nervioso y va aumentando el suspenso… algo va a pasar, algo va a pasar y, de repente, pasa: ese es el momento en el que saltas, de hecho, aún más alto pues te han estado preparando para que lo hagas».
«Todos tenemos ese mecanismo que se dispara cuando nos sorprenden, aunque hay gente que salta más que otra, es más, que saltan por todo. Y se han hecho hasta experimentos para ‘curarlos’, por ejemplo disparando una pistola a su lado pero incluso cuando cuentan regresivamente y la persona sabe que al llegar a 0 van a disparar, saltan».
Pero por qué…
Nos queda todavía una duda: por qué hay unas personas que disfrutan las historias de terror y otras no.
«Esa es todavía una de las preguntas sin respuesta en la investigación sobre el horror», contesta Classen.
«Quisimos averiguar si había aspectos de la personalidad que pudiera ayudarnos a responderla así que hicimos un estudio en el que reclutamos a casi 1.200 estadounidenses y les hicimos una gran cantidad de preguntas sobre su relación con el género del terror. También obtuvimos el perfil de personalidad de cada uno de ellos.
«Lo que encontramos fue que la gente que tenía puntajes altos en una dimensión de la personalidad que se llama ‘imaginación intelectual’, también conocida como ‘apertura a experiencias’, eran las que más probabilidades tenían de ser fans del terror, lo que indica que quienes disfrutan de historias de horror son personas que, en general, disfrutan estimulación intelectual, que son curiosos artística y estéticamente«.
¿Y qué dice eso de los que no les gusta prestarse voluntariamente a que los aterroricen?
«A la gente que tiene una respuesta muy fuerte contra los estímulos negativos, el tipo de personas para las que es el final del mundo si se les olvidó traer la tarjeta de crédito cuando salieron de compras, no les gustan las historias de terror porque las emociones negativas los abruman«.
«Y a la gente que no le tiene miedo a nada tampoco no les atraen, porque se aburren«.
«Pero estadísticamente, la gente a la que no le gusta las historias de horror tiende a ser mejor educada. Encontramos, para nuestra sorpresa, una correlación negativa entre el gusto por el horror y la educación».
Y tú, ¿a cuál de esos dos grupos perteneces? ¿A los que tienen imaginación intelectual y son estéticamente curiosos o a los mejor educados?
Fuente:BBC