Mercedes Parra caminó lentamente hacia la alfombra todavía sin terminar y se alzó sus gafas de sol para apreciar cómo brillaban al sol los variados colores, desde turquesa hasta fucsia. Luego se quedó viendo fijamente.
“No lo puedo creer”, dijo la cubana de 76 años. “Llevo 51 años en Miami y nunca había visto esto. Está precioso”.
Parra se refería a la costumbre centroamericana de elaborar alfombras de colores vibrantes usando aserrín, frutas, flores y palmas, entre otros productos para conmemorar el Viernes Santo, una de las fechas más destacadas del Catolicismo dentro de la Semana Santa.
Aunque el día se caracteriza por su tono solemne, ya que se recuerda la muerte y crucifixión de Jesús, los centroamericanos le han incorporado el arte. Las alfombras representan la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, cuando la gente lo recibió el Domingo de Ramos tirando palmas y desvistiéndose para que Cristo pasara sobre sus mantos. Las alfombras son una versión de los mantos para las procesiones hoy en día.
Pese a que también se realizan en otros países como Honduras y El Salvador, el Fondo de las Naciones Unidas para la Cultura, la Ciencia y la Educación (Unesco) designó en 2008 que la costumbre se originó en Guatemala y declaró a la tradición “Patrimonio Cultural Intangible”, que no sólo tiene carácter religioso, sino que ya ha roto barreras e influenciado lo cultural y social.
En Miami, la costumbre de las alfombras surgió hace 21 años en la Parroquia Corpus Christi, ubicada en 3220 NW 7th Ave. Cada año instalan una alfombra ahí de 140 pies de largo y 10 de ancho para la procesión de la Virgen de la Esperanza Macarena de Sevilla y Jesús de Medinaceli de Madrid.
Parra, la cubana, recientemente se unió a esa iglesia, así que decidió manejar desde su casa en Coral Gables este Viernes Santo por la mañana para ver las alfombras.
Con ella trajo a dos niños cubanos que dejaron la isla hace tan solo tres años y que ella ahora cuida mientras la madre trabaja durante el día.
“¡Oye, hay que ayudar [con la alfombra]!”, le dijo a los niños que la acompañaban, mientras los tres admiraban lo que se estaba desenvolviendo frente a ellos.
Casi 100 personas de todas edades y nacionalidades con mascarillas para protegerse del aserrín y guantes para protegerse de la pintura trabajaban como hormigas incansables este viernes en las alfombras.
Las alfombras requieren una planificación de hasta seis meses de antelación. Primero se dibuja lo que será ilustrado, a menudo son escenas bíblicas o figuras religiosas. Después se trazan las plantillas en papel, se pasan a cartón y finalmente a madera para formar los moldes que se usan para confeccionar la alfombra rellenando los hoyos con aserrín.
Pero la mayor parte del trabajo se realiza el mismo viernes.
La organizadora principal en Corpus Christi es la guatemalteca Silvia Armira, de 51 años, que se para en medio del grupo y da direcciones sin parar, mientras señala qué partes necesitan arreglos y responde consultas de otros. “Marquen bien duro las esquinas. Rellenen bien los cuadritos. Cuidado al retirar los moldes”.
Aunque nunca lo hizo mientras vivía en Ciudad de Guatemala, la inmigrante ha estado liderando el proyecto cada año desde el inaugural. Entre otras responsabilidades, se encarga de pedir colorantes desde Guatemala para pintar el aserrín aquí.
Junto con la voz de Armina suenan los cantos religiosos. Los ayudantes los entonan de vez en cuando, y de vez en cuando, inclinan sus cabezas y rezan.
“Ese es nuestro propósito”, dijo Armina. “Esta es nuestra forma de decirle a Dios que lo amamos, de servir a Dios”.
La escena se muestra agradable, ya que la mayoría de los colaboradores se conocen. Y los que no se conocen se hacen amigos rápidamente, como lo experimentó una filipina que descubrió la tradición centroamericana este viernes.
Benchi Capiral, de 54 años, entró a la iglesia después que los colores llamativos llamaron su atención. Mientras le contaba a una feligresa hondureña que el catolicismo predomina en las Filipinas pero no hacen alfombras allá, otra mujer cubana se acercó y les dijo que la comida ya estaba lista.
“Es una cosa hermosa. Me gusta mucho. Ahora conozco otra tradición”, dijo Capiral sobre la alfombra mientras las tres mujeres iban a almorzar lo que señoras de la vecindad habían llevado para los voluntarios.
No muy lejos de ellas, una mamá le enseñaba a su hija de tres años cómo lavarse las manos para quitarse el colorante, y justo tras ella, un señor corría con un balde vacío exclamando “¡Necesito más azul!”.
Este año las alfombras ilustraron un jarrón con flores, una carreta con flores y un ramo de flores. El diseño más elaborado consistió de dos ángeles enmarcando las banderas de tres naciones latinoamericanas que sufren mucho en la actualidad: Venezuela, Cuba y Nicaragua. Sobre las banderas, hay una súplica: “Libertad”.
La nicaragüense Hassell Moreno, de 23 años, colocó el aserrín azul y blanco de su tierra natal sobre la alfombra. “
“Esto significa que estoy dejando la crisis en mi país en las manos de Dios”, aseguró.
A unos cuantos pasos de Moreno estaba Lorena Santana, la cubana de 14 años que llegó con Parra.
“Me animé a ayudar”, dijo. “Lo estoy disfrutando”.