(Miamihnews24):-Elvira tiene 80 años y reside en el barrio Romerillo, del municipio Playa. Dos veces por semana visita a su hija en Centro Habana y tiene que lidiar con el transporte.
«Mi hija trabaja en su casa, cuidando niños. Tengo que llevarle los mandados de la bodega porque Vivienda Municipal no le ha dado aún la propiedad, ni la libreta, y me toma el día entero ir a llevárselos. Con mi edad, no puedo subirme a una guagua, tengo que esperar obligatoriamente un microbús de cooperativa, que cuestan cinco pesos, porque los boteros piden 20 y mi pensión no me da para tanto. Pero esos microbuses demoran una eternidad en pasar», comentó según un reporte de Diario de Cuba.
Hace cinco años, el régimen autorizó la creación de cooperativas de transporte, como una solución a la falta de ómnibus y taxis. También con el objetivo de combatir a los «boteros», los conductores privados de autos americanos de los años 50 que cubren rutas específicas por toda La Habana. Pero la esperanza de que este experimento resolviera la crisis del transporte se ha venido abajo.
Carlos Gainza, chofer de un microbús del recorrido Playa-Centro Habana, conoció a Elvira de sus tantos viajes y explicó que esta ruta es la menos favorecida por las cooperativas, porque los pasajeros por lo general realizan el trayecto completo y dejan poca ganancia a los choferes.
«No sucede igual con la ruta que va hasta Marianao, o la que va a San Agustín o Santiago de Las Vegas, en las que abundan los pasajes de tramos cortos, que reportan mayores dividendos», explica Gainza. «Si un chofer hace poco dinero, se ve apretado para pagar el impuesto, el combustible, o las piezas de repuesto y el mantenimiento».
Interrogado por los precios de las piezas de repuesto y los accesorios, Gainza exclama «¡inauditos!».
«Estos vehículos ni siquiera son nuestros, son arrendados al Estado y muchos prácticamente han consumido su vida útil», detalla. «El mío, que es uno de los mejores de la cooperativa, tenía 547.000 kilómetros recorridos cuando me lo entregaron. Tuve que cambiarle los rodamientos delanteros y chapistearlo. El dinero del arreglo salió de mi bolsillo. Tuve que trabajar doble jornada durante meses para recuperar aquella inversión».
En Cuba no existe un mercado mayorista para la venta de piezas y accesorios, ni talleres que se encarguen del mantenimiento de los vehículos de las cooperativas. Los «cuentapropistas» del transporte tienen que acudir al mercado negro para solucionar las roturas y seguir trabajando. Samuel, chofer de la ruta Centro Habana-Marianao, comentó que tiene temporadas en las que saca buena ganancia, pero cuando se rompe su vehículo y tiene que gastarlo todo en el arreglo, cree que su trabajo no es más que una estafa solapada.
«El reglamento de las cooperativas fue impuesto por el Estado», dice Samuel. «Nosotros no tuvimos ni voz ni voto. En cada cooperativa existe un presidente que debería defender nuestros derechos, pero como sucede con el Estado se convirtió poco a poco en administración, partido y sindicato. Hace rato que nos vienen diciendo que van a abrir un mercado mayorista, pero es solo otra mentira más, para dormirnos y seguir exprimiéndonos. A veces he llegado a pensar que el mercado negro es del Estado».
Magda, una de las pocas mujeres que conduce un microbús de cooperativa en La Habana, dice que le ha ido mejor desde que suprimió al conductor.
«Ya con lo que abono al Estado es suficiente. Y tengo suerte de que mi vehículo cuenta con buen aire acondicionado, porque el contrato exige que debe funcionar de forma óptima. Cuando se daña, los choferes deben acudir a los mecánicos particulares, que cobran un ojo de la cara, porque el Estado tampoco brinda ese servicio».
Según Magda, las calles deterioradas y los baches son un aporte negativo a la buena gestión del transporte cooperativo.
«También las falsas promesas. Nos dijeron que el litro de combustible lo iban a poner a dos pesos; la pregunta es cuándo. El presidente de mi cooperativa tampoco quiere realizar elecciones como establece el reglamento. Con su cara fresca nos dijo en la última reunión ‘¿para qué?’. Y en cierto modo es verdad, nadie quiere ese cargo; además de chivatón, hay que ser militante del partido y ningún chofer está para eso. Nuestra meta es no rompernos, porque ahí sí que entonces la cosa se nos pone mala».
La anciana Elvira, que lleva dos horas bajo el sol en la cola del parque El Curita, ve llegar por fin un microbús de la ruta Playa, pero la gente se abalanza hacia la puerta y casi la aplasta. Otro mal social sin solución en Cuba es la falta de solidaridad y respeto con las personas de la tercera edad.
«Esperaré el próximo microbús», dice resignada. «Total, hace años que me acostumbré al desorden con que se vive en Cuba».
Fuente:DLA