(Miaminews24).- Por estos días en Washington, la discusión es si Donald Trump se ajusta al dicho de “perro que ladra no muerde” o si sus ladridos cargados de retórica incendiaria devienen en mordeduras concretas.
Muerda o no, lo cierto es que cada tuit que dispara suele tener más radioactividad que una ojiva nuclear. Incentiva una relación de amigo vs enemigo y fuerza a todos a tomar partido. Fox News o CNN. Republicano o demócrata. Departamento de Justicia o FBI. Casa Blanca o CIA. Funcionarios leales o soplones. Muro o más drogas y violencia.
Su personalidad tempestuosa genera resistencias en sus adversarios y hasta defensas incómodas entre sus defensores. Adjetiva con calificativos rimbombantes a sus aliados como el canciller Rex Tillerson o defenestra sin miramientos a sus enemigos, el fiscal especial Bob Mueller; y sus mejores amigos pueden convertirse en un santiamén en sus peores enemigos: Steve Bannon.
Su retórica ha enrarecido el ambiente y el establishment se siente amenazado, viendo que aquellos ladridos de campaña – que otros políticos abandonan apenas terminan las elecciones – persisten en su gobierno. Está omnipresente y disfruta de ser el centro de todo debate en la “ciénaga”, así sea sobre el memo del FBI o si Melania prefiere o no darle la mano.
Como perro de caza, Trump no suelta la presa, virtud que acrecienta la fidelidad del núcleo de sus seguidores, pese a que su popularidad subibaja como la Bolsa. Insiste en que la inmigración ilegal genera violencia y quiere un muro. Que el calentamiento global es un invento de los anticapitalistas. Que la prensa es lacra y su verdadera oposición; la “enemiga del pueblo”.
Si bien los ladridos intempestivos contra la prensa han devenido en algunas mordeduras, las lastimaduras todavía son leves. Igualmente preocupan, porque de profundizarse podrían debilitar el clima de libertad de prensa y generar autocensura afectando el derecho del público a la información, como señaló una delegación de la Sociedad Interamericana de Prensa que esta semana se destacó en Washington.
Con sus pedidos a que se reformen las leyes de difamación para demandar a los periodistas críticos, sus premios a la “prensa falsa”, su negación a responder preguntas incómodas, bloquear reporteros de las conferencias o solicitar que se revoque la licencia de operación de la cadena televisiva NBC, Trump pretende que el público deje de creer en los medios.
Pero en un país donde estos y la expresión libre son instituciones bien enraizadas en la cultura, protegidos por la Primera Enmienda, puede suceder que luego que se disipe la tormenta de su retórica, el tiro le salga por la culata. Algo así ya se observa. Su discurso anti prensa ha empoderado y revitalizado a los medios y periodistas. Rigurosidad, precisión, investigación y calidad periodística, condiciones que antes se daban por sentadas, están cobrando ahora nueva vida.
Varios medios tradicionales están contratando más periodistas, profundizan sus investigaciones, existen proyectos periodísticos más rigurosos como el Facts First (hechos primero) de CNN, que devienen en campañas para que el público abrace la importancia que tienen los datos objetivos y las noticias confiables para construir democracia. También proliferan instituciones sin fines de lucro con proyectos de periodismo investigativo y se crean otras para defender periodistas, como el US Press Freedom Tracker, una coalición de 20 entidades de prensa, que monitorea agresiones contra periodistas en todo el país.
Aunque la retórica suele ser la primera fase de un autoritarismo progresivo que puede degenerar en regulaciones y en censura directa contra los medios, en EEUU la retórica de Trump difícilmente pueda desembocar en situaciones graves. Habrá que sopesar los resultados al final de su mandato y compararlos con los de gobiernos anteriores, considerando que Barack Obama implantó una vara alta y agresiva, con varios periodistas y soplones oficiales encarcelados, falta de transparencia y cerrazón de fuentes oficiales de información.
Sin embargo, en donde los ladridos de Trump pueden ser peligrosos, es en aquellos países, incluidos los latinoamericanos, cuyos gobernantes pueden sentirse legitimados por su retórica como para pegar fuertes mordiscos a la libertad de prensa.
Por Ricardo Trotti
Miaminews24