(Miaminews24).- El desatendido incremento del alcoholismo y un perceptible aumento en los índices de demencia, se reflejan en gran parte de esos cubanos que hoy viven en la mendicidad o en su umbral. Muchos de ellos son ancianos. Van a la cuenta del Estado, que no logra, a pesar de su retórica de igualdad social, protegerlos como requiere un sector catalogado como «el más vulnerable».
«Cada día se puede constatar el auge de viejitos mendigos en nuestras calles», se queja Leocadio Díaz, geriatra retirado, al reportero de Diario de Cuba.
«Es cierto que es obligación de la familia cuidar de sus ancianos, pero la realidad, a nivel de país, es que los salarios bajos, el estrés por la proximidad excesiva resultado del hacinamiento, y el costo de la comida, a veces contribuyen —aunque no justifican— al desamparo y el abandono de los mayores».
El régimen, reacio a reflejar con datos aquellos fenómenos que denuncien su responsabilidad directa en la proliferación de diversas problemáticas sociales, cataloga como «deambulantes» a los ancianos que apenas sobreviven en las calles «de la caridad pública».
«Muchos de esos viejitos ni son alcohólicos ni están dementes, sino que son abandonados por sus familiares que no pueden hacerse cargo de ellos porque el dinero no alcanza», dice Natividad Serrano.
«Tengo dos parientes que no podían ocuparse de su abuelo. Llevaban años intentando gestionar un asilo a través de la Seguridad Social, porque además la casa se les caía encima. Los 200 pesos de pensión del viejo apenas alcanzaban para sus medicinas y el salario de ellos era para mal sustentar a sus tres hijos. Al final, lo dejaron a la buena de Dios y ahora anda por ahí, como un pordiosero más».
«Son mendigos y viven en la indigencia, se vuelven locos precisamente por esa misma circunstancia», apunta Lorenzo Viña, esposo de Natividad.
«Ese viejito no bebía ni estaba loco, simplemente su pensión por haber trabajado la vida entera era una miseria, aunque no justifico que sus nietos se hayan rendido y dejaran de atenderlo», añade Viña.
«Las conquistas de la Revolución y el país envejecieron juntos»
Al ínfimo salario medio de la Isla, que no sobrepasa los 30 dólares mensuales, y el envejecimiento poblacional acompañado por un alto índice de esperanza de vida —que los especialistas señalan como agravante al extenderse para la tercera edad «el tramo de la pensión»—, se suma el encarecimiento de la vida para los cubanos de a pie.
Alimentarse, cubrir el costo de medicamentos y pagar las deudas al Estado por la obligación de adquirir equipos electrodomésticos de bajo consumo «es imposible con una pensión de 250 pesos [unos 10 dólares]», critica Abilio Caminero, agrimensor jubilado que pasa casi todo el día deambulando y registrando entre los escombros por la barriada de Santo Suárez.
«Creo que las conquistas de la Revolución y el país envejecieron juntos», dice sin dejar de hurgar y, como premio, exhibe dos pares de sandalias de mujer. «Si las arreglo, puedo venderlas en 20 pesos cada una».
En su discurso del 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, Fidel Castro aseguró que «en este pueblo de hoy y en un mañana muy próximo» cada ciudadano vivirá «fundamentalmente de su trabajo y fundamentalmente de sus pensiones».
Edilia Ordoñez reprocha que le recordaran «esas palabras de Fidel». Su tío, quien la crió y sustentó durante toda su vida, es uno de esos mendigos que pernoctan en las inmediaciones de la Calzada de Diez de Octubre y Avenida Acosta.
«Mi salario de 375 pesos no me llega para darle a mi hijo todo lo que quisiera y la pensión de mi tío es de 200 pesos. Él prefiere darme ese dinero para el niño y se va a mendigar por ahí, porque me dice que él ya está cumplido. Eso ni es justicia ni es equidad, es el fracaso de un país».
A Laureano todos lo conocen como Perico en San Miguel del Padrón. Es alcohólico y diagnosticado con esquizofrenia, aunque aparenta estar lúcido y hace dudar de que su «demencia» sea real. Cuando le preguntan por qué llegó a la mendicidad responde siempre: «ayer maravilla fui y hoy sombra de mí no soy».
«Mi familia, a la que crié y mantuve, me abandonó por bebedor. Pero empecé a beber precisamente por la tristeza de que no podía mantenerlos con mi salario de mierda y menos después con mi pensión de mierda».
«Pero no solo mi familia me dejó desamparado…», no termina la frase y llora.
Fuente: Diario de Cuba/Jorge Enrique Rodríguez