(Miaminews24).- Adalaide Byrd. Recuerden ese nombre, tomen un lápiz rojo y circúlenlo, para cuando lo encuentren alguna otra vez en una gran pelea de boxeo y sepan a qué atenerse. Y si quieren, también pongan el remojo el de Don Trella, quienes se convirtieron en los vehículos perfectos del atraco el sábado en la noche.
Saúl «El Canelo» Alvarez y Gennady Golovkin nos legaron un tesoro deportivo, un combate clásico, lleno de drama y a la altura de las expectativas, pero estos dos jueces, sobre todo Byrd, nos dejaron con una sensación repetida y amarga: la de habernos quedado con las manos en alto sin que nos apuntaran con un arma.
Golovkin no perdió sus títulos luego de una decisión injusta de empate, pero debió mantenerlos de una manera más limpia y pura, conseguida a base de un ataque incesante y un jab que parecía una subametralladora. El campeón quedó campeón.
Canelo hizo lo que pudo, ganó acaso el primer asalto y posiblemente unos dos o tres más a lo largo del combate, pero se vio superado por el toro kazajo, por su embestida frontal, sin retrocesos. El mexicano mostró corazón -y quién de su tierra no lo hace, sin que se llame Julio César Chávez Jr.-, pero no un Plan B, recursos para contrarrestar los acorralamientos en las esquinas, los golpes en cascadas.
Vamos a ser más justos aún, generosos al máximo. Digamos que Canelo se llevó cuatro o cinco asaltos. No hay forma en este planeta que Trella haya visto un empate 114-114 y muchísimo menos que Byrd entregado unas boletas con la suma 118-110.
¿En Serio? ¿118-110? Una matemática simple nos dirá que Byrd vio ganar al mexicano unos 10 asaltos, algo que ha provocado una repulsa general del público y hasta de la prensa, que asume la trampa para producir la revancha. Nuevos millones a ganar. Para todos, para Las Vegas, para HBO, para los propios boxeadores.
Ya Canelo ha comenzado a hacer su papel de víctima, de ganador injustamente acechado por una decisión adversa. Debía el azteca escuchar a quienes comenzaron la noche vitoreándolo y terminaron ahogando sus reclamos entre abucheos. Ah, la gente sabe, se deja engañar, pero sabe.
Al final, Erislandy Lara tenía razón: «si no ganas la pelea por nocaut», le había aconsejado el cubano a GGG, «corres el riesgo de que te roben. En Las Vegas, Canelo es un gran negocio». Un negocio que se debe mantener a toda costa, pisoteando reputaciones y abrigando mentiras.
A Lara le robaron más evidente cuando enfrentó a Paul Williams, pero incluso en aquella ocasión los tres jueces que votaron en su contra fueron expulsados, más nunca colocaron su mano en una boleta de boxeo. Ojalá que a la señora Byrd, con inexplicable experiencia en más de 100 peleas de título mundial, le señalen el deshonroso camino de la puerta trasera, para no verla nunca más sentada al borde de un ring.
La Comisión Atlética de Nevada, que es la primera en clamar por limpieza, como sucedió en el choque de Guillermo Rigondeaux contra Moisés Flores, debe tomar cartas en el asunto, depurar responsabilidades y restañar la herida infligida a un deporte donde dos hombres entrar a matar, literalmente a matar, sin pensar en la turbia política y los intereses bajos.
Tuve la suerte de ver la pelea junto con un grupo de buenos aficionados, que incluía a dos guerreros como Yuniesky González y Yordenis Ugás. Todos vimos ganar a Golovkin, pero sentíamos que algo malo estaba a punto de suceder. Tras el veredicto, juramos que no pagaríamos una pelea más de PPV, y eso es lo triste, que todos volveremos a reunirnos para ser víctimas de otro atraco en otro momento.
Porque este, este viene con segunda parte incluida.
Con información de El Nuevo Herald.
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