(Miaminews24).- La caída de Lehman Brothers trajo el punto de giro de la dinámica europea. Tras seis décadas en las que solo se miraba hacia adelante, con una continua sucesión de oleadas en las que los estados miembros se sumaron a la Unión hasta sumar 28 socios, la crisis financiera enfrentó a los socios del norte contra los del sur, acreedores contra deudores. Grecia se quedó a las puertas de salir de la eurozona.
Con las heridas de la crisis aun sin cicatrizar, la crisis migratoria provocó una severa fractura entre los vecinos del Este y del Oeste. Y en este complejo magma, entre el malestar económico y el miedo al extranjero, aunque procediera de un vecino europeo, los británicos consumaron una ruptura que sentó un peligroso precedente: el matrimonio europeo no es para toda la vida.
El batacazo llegó en el peor momento de la UE, con la policrisis aun zumbando y con una dolorosa ausencia de un plan de salvamento a mano. En las salas de mando de la UE, en Bruselas y sobre todo en Berlín, se acordó que la prioridad número uno sería la unidad. Y si ello implicaba pasos como poner en el congelador el principio motor de la UE, la unión cada vez más estrecha, molesto en los países del Este pero también en Holanda o Finlandia, pues que así fuera.
«La canciller [Angela] Merkel y [el presidente de la Comisión Europea] Jean-Claude Juncker están en sintonía en este sentido», comentaba a principios de año una fuente diplomática cercana a Berlín.Entonces, la presión resultaba agobiante. Además de todas las crisis, las fueras-anti europeas amenazaban con atestar un golpe crítico en Holanda y en Francia.
El bloqueo de Geert Wilders en las urnas holandesas y la victoria de Emmanuel Macron en las elecciones francesas, unida a la recuperación económica, aflojó algo el nudo. Pero a pesar de las nuevas sensaciones que contagian a la escuadra europea, Juncker y Merkel continúan operando en un espacio limitado, conscientes de que cualquier gesto puede romper la sacrosanta unidad. Y Europa no se puede permitir ni siquiera el mínimo reflejo de vulnerabilidad cuando no cuenta en su campo con ninguna de las grandes potencias extranjeras.
El neoaislacionismo nacionalista del EEUU de Donald Trump, la deriva autoritaria de Turquía, los visibles desencuentros comerciales con China, o el conflicto de baja intensidad con Rusia han pintado un mapa extremadamente hostil para Europa. Con tal lienzo, Macron, en conjunción con Merkel, sobre todo tras las elecciones alemanas de septiembre, aspiran a dar un gran salto adelante para devolver la confianza al proyecto comunitario. Pero detrás de las cámaras, se firmaría «virgencita, que me quede como estoy», como bromea un veterano funcionario europeo.
A pesar de la aparente confianza renovada, el debate sobre el futuro de Europa y la gestión de la embestida de Polonia al Estado de Derecho ilustran hasta qué punto la unión hipotecará su porvenir y sus valores por no fragmentar el bloque. Una Europa de las varias velocidades surgió el pasado febrero como una de las opciones más viables para sacar a la unión de su estancamiento y avanzar en aquellas áreas siempre prometidas (defensa, finalización de la unión económica y monetaria, una verdadera unión política).
Juncker sugirió que era su opción predilecta, y los líderes de los principales países (Alemania, Francia, Italia y España) la bendijeron en Versalles como la solución ideal para la próxima década.Pero la oposición del llamado grupo de Visegrad (Chequia, Eslovaquia, Hungría y Polonia), dio la puntilla a esta opción.
Un veto peligroso
Se ofreció así en bandeja un poder de veto sobre el futuro de Europa a estados enemigos declarados del proyecto en común: Hungría y Polonia. La respuesta de sus primeros ministros, el húngaro Viktor Orban, y la polaca Beata Szydlo, fue continuar confiados con su deriva anti liberal y anti europea en su territorio.
Si Orban lanzó una campaña Vamos a parar a Bruselas, e intentó cerrar universidades privadas (la fundada por George Soros), Szydlo ha terminado por echarse más aún al monte al pasar por el Prlamento una ley que somete el poder judicial a la clase política, dando la estocada al Estado de Derecho, pilar fundamental de la UE.
El pasado miércoles, la Comisión, por boca de su vicepresidente primero Frans Timmermans, lanzó una seria advertencia al Gobierno polaco, al amenazar con lanzar el proceso para cancelar su voto en el Consejo.
No obstante, como reconocía una alta fuente europea pocos días antes del aviso de Timmermans, con el borrador de ley ya en trámite, el problema tiene una solución muy difícil, porque Varsovia no considera a Bruselas un interlocutor legítimo, Berlín y París no presionan, y la única opción que queda es activar este artículo 7, la opción nuclear, que le privaría de su voto en las decisiones comunitarias.
Pero la misma fuente comentó que esta vía de momento se descarta, porque llegar hasta tal punto implicaría escalar hasta el límite, y el camino para bajarse del árbol y normalizar la relación resultaría casi imposible después de eso.Sobre todo, se impone una prioridad que no es otra que «cimentar la unidad», y evitar los gestos que «contaminen» el buen momento que vive Europa, reconoció el mismo alto funcionario.
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